Inquieto, tímido, dulce, insistente, compañero. Así lo definen a Pocho en el barrio que eligió vivir tras renunciar al voto de obediencia a la orden saleciana a la que pertenecía. Decidió abandonar el seminario porque el mismo le impedía estar más tiempo con la gente. “Ya vas a tener tiempo” le decían los sacerdotes a Claudio. Pero él sintió que ése era el tiempo y que la gente necesitaba hoy de la palabra, la contención, la alegría. Por eso dejó todo y se instaló en un rancho de techos bajos en Gorriti al 5500.
“Vos llegabas y si no estaba escribiendo, estaba leyendo cosas. Él siempre llegaba a las nueve y media cansado de trabajar. Y nosotros íbamos hasta altas horas a ver Todo por Dos Pesos porque nuestro televisor no andaba”, recuerda Milton, integrante del Bodegón Cultural que hoy funciona en la casa donde vivía el militante asesinado por la policía del ex gobernador Carlos Reutemann.
La actividad de Claudio Lepratti era incesante y generó la búsqueda y encuentro de otras realidades para los pibes que compartieron parte de su vida con él. “Era un tipo cuyo trabajo no terminaba con el de cocinero ni con el de maestro de escuela, sino a la noche, tras avisar a cada chico que había un encuentro de jóvenes”, rememora el muchacho que se crió con Pocho y a ocho años de su asesinato sigue organizando el cumpleaños carnaval en la plaza que lleva su nombre desde noviembre de 2002.
Resulta difícil entender como puede encararse con alegría el dolor del asesinato cruel de un ser tan querido. No obstante, Ludueña es un símbolo de ello gracias al trabajo silencioso y cotidiano de Claudio y la continuación del mismo por parte de sus compañeros. “A Pocho no lo mataron, si no que lo multiplicaron y la alegría es nuestra mejor arma. Pocho está en todos los que luchan por estar un poco mejor cada día”, repite Milton a modo de explicación.
Sin embargo la tarea que se proponía Lepratti era más compleja. No bastaba con reunir 140 pibes del barrio en diversos grupos: había que hacerlos conocer a otros iguales que ellos, sin importar la distancia física. “Pocho siempre decía que el mundo era más grande que el barrio”, destaca Milton. Por eso siempre tenía una propuesta para encontrarse, una invitación a un encuentro de jóvenes que usaba como motor para que los chicos se pregunten cómo llegar a esa meta y por qué hacerlo.
“Él te daba todos los materiales para que vos armes un auto. No te daba el auto, si no las herramientas para que puedas hacerlo y así poder a pensar con cabeza propia. Ver que no solo la salida es el choreo y la falopa. Sino que hay otra vuelta que esta en pensar un mundo donde quepan todos los mundos”, concluye.
Por Sofía Alberti
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